martes, 26 de junio de 2007

Tinte rojo.

Tinte rojo que mata, clausura sin pensar el daño, tinte rojo que envenena, que envenena todo lo que un día creí, que hoy no veo mas que como una ilusión.

Crepúsculo oxidado, desmoronado.

Creciente reseña de la vida anónima de aquel mundo exorbitante, cálido, amable.

Conspiran los astros en tu llegada, suplican y re suplican que grite tu nombre, me piden que reniegue al tinte rojo, que reniegue la flor latente.

Conspiran los astros, encarcelando filosóficas respuestas para mostrarte que grito, pero mis gritos son sórdidos, son obscuros.

Mi sombra es decadente, por que reniego el nombre, por que reniego aquel antioxidante que anhela cubrir mi corazón oxidado.

Cuantitativamente los segundos se van en mi, se tragan desechos, y también lo regenerable.

Cuestión de fe, cuestión de honor.

Tinte rojo que pudre, envenena, carcome cálidas noches de verano, carcome grises días de invierno. Quiebra el dolor, para oxidarlo.

Cristalinas son las noches en mis ojos, cristalinos son los recuerdos que me embargan, cruzando cara extremo de mi ser cual es escalofrío mas desdichado.

Tengo el derecho de elegir al tinte rojo, tan llamativo, para luego medir el precio de mi elección.

Tengo el derecho de ver el tinte rojo en tus ojos de crepúsculo inmaduro.

Y de luego quemarme con él, y saber que una vida no alcanza para pagar el precio de mi silencio.

Tengo el derecho de caer, y quedarme tumbada en el suelo con la mirada perdida, de establecer nuevas perspectivas mientras como tierra.

Tengo el derecho de levantarme del suelo y que la tierra vuele con el viento mientras yo la escupo, mientras no me queda ni saliva ni aliento.

Tinte rojo que matas, angustia mis sentimientos para sentir que tu sabor no es incorrecto.

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